¡Dama y caballero!
- Ana Mercy Otañez
- Sep 28, 2017
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Ana Mercy Otáñez amercy@gmail.com
Hace poco leyendo un material de trabajo me encontré con una definición sobre el término, “para ser caballero” muy distinto al conocido y aplicado en textos y conversaciones por mí, mis amigas y mi entorno en los últimos tiempos. El mismo hacía referencia a una nueva definición y explicaba que había sido tomado de una película “cursi”, mis favoritas. Sin embargo, admito y reconozco que me encantó el concepto y muy bien puede ser aplicado en estos tiempos, aunque queden pocos “nobles”. Para ser caballero: “Hay que ser capaz de que la gente que te rodea se sienta cómoda contigo en todos los ambientes”, en buen dominicano es tener la capacidad de ser “camaleónico”Ö No lo tome a mal, ni lo aplique en términos políticos. Véalo como un ser humano capaz de tener empatía y alto sentido de adaptación. Lo mejor de esto es que al seguir leyendo descubrí que la misma tesis también aplica para ser “dama”. Y así me lo ha demostrado el pasar de los años, el caminar por terrenos áridos y pedregososÖ Al navegar por aguas turbias o deleitarme ante un horizonte resplandeciente. ¡Si! Es ley de vidaÖ “con la vara que mides así te medirán”. Ambos términos definen a un tipo de persona y con esta sus ejecutorias diarias, sin importar el campo donde se desarrollan. Nadie se resiste a admirar a quienes van por la vida cumpliendo un código de conducta gentil, atento, educado y solidario. Tanto el hombre como la mujer se conocen por lo que sale de su boca. La elegancia de una dama no está en lo costoso de su vestido de diseñador, está en su conducta, en sus aportes y en el cómo sepa aprovechar cada escenario. Un verdadero caballero no se mide por la cantidad de dinero en su billetera, ni por lo lujoso de su vehículo, se valora por su memoria. Ambos términos deben ser aplicados en: relaciones de pareja, amigos, familiares y de trabajo. Estas no son reglas de oro, son un estilo de vida soportado en la formación en valores, es una combinación de conocimientos adquiridos en el hogar, en la escuela y en la vida. Por ejemplo, hace poco un grupo de amigas se encontraron dando un pésame y aprovecharon para ponerse al día, olvidando la solemnidad del lugar e irrespetando el dolor de familiares y amigos de la difunta. ¿El tema? Diverso, ni la vida de una, ni mucho menos de ninguna de las presentes. Es como si la felicidad de una compañera o conocida fuese el dolor del grupo, a juzgar por las expresiones. Y es que en los últimos tiempos hemos perdido la capacidad de ponernos en los zapatos del otro. Una funeraria no es un lugar de reuniones sociales, ni de pasarela para mostrar glamour, mucho menos escenario para humillar o detractar. Es un espacio donde reina el dolor y a donde se lleva solidaridad y abrazos. Los “selfies”, las fotos en grupos, las risas escandalosas, la voz alta y ciertos comportamientos no son para un momento cargado de dolor. ¡Revísese! Con el poder de Dios nos leemos la próxima semana.
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